Texto: Rafael G. de Aguilar.
En España hay tres partidos socialdemócratas: la “socialdemocracia de derechas” -PP-, la “socialdemocracia de centro” -Ciudadanos-, y la socialdemocracia de izquierdas -PSOE-. Más allá de esto sólo están la derecha -VOX- y la ultraizquierda -Podemos, IU-, y los secesionistas-.
Claro, que esto no es lo que perciben los medios, a juzgar por los titulares que leo desde el acto de VOX en Vistalegre. Parece ser que la prensa, incluso la “seria”, no se sustrae a la tentación de un titular sensacionalista, y el adjetivo “ultra” debe “vender” lo suficiente como para que los lectores se fijen en la noticia y la lean, amén de pagar fidelidades.
Personalmente, como valoro las cosas sometiéndolas a un análisis racional, soy poco dado a “sambenitos”, y lo cierto es que en España no existe “ultraderecha”, al menos no con representación parlamentaria, lo cual no va a cambiar con la llegada de VOX al Parlamento.
En España lo que sí existe, no sólo en el Parlamento sino también sosteniendo al Gobierno, es la ultraizquierda. Son los acreedores de Sánchez, quien tiene que pagarles la cuota de la hipoteca de la Moncloa todos los meses. Una cuota oscura, de la que poco sabemos los españoles pero de la que sólo cabe esperarse lo peor. Y ahí tenemos a los compañeros de cama del Ejecutivo: bolivarianos, comunistas, separatistas y filoetarras, apoyando al ala más rancia del PSOE que ha accedido al poder de la forma más heterodoxa y subrepticia que podía forzarse en nuestra democracia: sin ganar las elecciones. “Sí, sin ganar las elecciones”, tengo que intentar aclarar, una y otra vez -sin entenderlo yo tampoco-, a mis amigos extranjeros que no dan crédito a que tal cosa pueda ser posible.
Un Gobierno de Reales decretos ley y purgas -RTVE, por ejemplo-, por no citar plagios, dimisiones y enchufazos que, después de habernos metido de nuevo en una crisis económica, de la que con tantos sacrificios estábamos saliendo, su única receta parece ser profanar la tumba de Franco para sacarlo del valle de los Caídos mientras permite que Cataluña se nos vaya de las manos -léase, la dejan ir-.
Pero claro, ya sea para las socialdemocracias de “derechas”, “centro” o izquierdas, VOX es la “ultraderecha”. Y os he de confesar que no me extraña nada que lo “crean” pues VOX es la derecha donde no había derecha. En España, hasta que lo recupera VOX, no existía discurso ideológico de derechas desde que los complejos del PP le hicieron abandonarlo, concediéndole a la izquierda, por deserción, la victoria y la superioridad moral que han estado disfrutando hasta ahora. Por no hablar también de esa renuncia a los valores, que corría paralela a la renuncia del discurso, con un PP que, tras oponerse inicialmente, acababa validando todas las aberraciones del PSOE, al no derogarlas cuando llegaban ellos al poder: el aborto, la ley de la memoria histórica, la ideología de género. Y en esas teníamos a Aznar aprobando la píldora abortiva o a la Cifuentes yendo contra el Colegio Juan Pablo II por oponerse a la perversión de adoctrinar a los escolares con la agenda LGTBI.
Un PP que liquidó la ilusión de sus votantes, esa adscripción ideológica y emocional, por autocensura: el miedo idiota a parecer carca, o que le tachen de franquista, que lo ha amordazado al punto de que, con tal de no parecer “ultraderecha” haya dejado de ser derecha, confiándolo todo al “voto útil” del miedo: “que viene Podemos” o a la economía: “la economía lo es todo”. ¡Qué triste! Centrarlo todo en la economía es reflejo del desprecio liberal a toda concepción antropológica o política, depauperándolas. Y ahora llega Santiago Abascal y nos recuerda que la economía no lo es todo, que es España la que lo es todo. Y no cualquier España, sino la España viva. Esa España, que dejaron sin voz y que ahora habla y canta y grita, sin miedos ni complejos estúpidos porque por fin se siente representada por VOX, y que llena el estadio de Vistalegre -donde Podemos lo dejó casi vacío-, desbordándolo al punto de dejar a 3.000 personas fuera.
En política tengo claras dos máximas, la primera: “se vota o por ilusión o por miedo”. Y hemos comprobado que la gente vota a VOX por ilusión, pero también se ha jugado, por parte del PP, a que se deje de votarlo por miedo. Lo malo para el PP es que hay un cambio de paradigma y, cuando vemos tanta ilusión y convicción de cambio en tanta gente, el recurso al miedo empieza a difuminarse y, los votantes del PP, esos que confesaban votarle “con la nariz tapada”, están empezando a darse cuenta de que pueden votar a quien verdaderamente representa sus ideales sin necesidad de anular su olfato. Habría, por otra parte que analizar ese recurso al miedo: ¿miedo a qué? ¿A que Podemos alcance el Gobierno? Si ya está aquí, sosteniendo al PSOE, al que encumbró al poder la cobardía de Rajoy por no convocar elecciones anticipadas. Resumiendo el “no votad a VOX porque viene Podemos” se ha traducido en un “Podemos ya ha llegado, forma parte del Gobierno porque el PP lo hizo posible”.
La segunda máxima: “La gente sigue a quien sabe a dónde va”. Y Santiago Abascal sabe dónde va y, como toda persona segura, camina con convicción y valentía. Con VOX por fin hay alguien que se sacude los tabúes de lo políticamente correcto, llamando las cosas por su nombre y defendiendo lo que otros dejaron de defender, bien por vergüenza, bien por falta de ella: la vida y la familia frente al aborto, a la ideología de género, o al feminismo radical; la Unidad de España, frente al secesionismo; nuestras fronteras, frente a la inmigración ilegal; etc. Y con ello, no sólo ha liberado de tabúes y autocensuras el debate político, sino también a los propios ciudadanos que ven que pueden empezar a llamar a las cosas por su nombre porque ya hay quien lo hace sin ninguna vergüencita.
Y, tan pocos son sus complejos, que VOX se ríe de las etiquetas que intentan colocarle: "los sambenitos y los insultos de Pablo Iglesias, de Pedro Sánchez y de Quim Torra nos los ponemos como medallas en el pecho", dijo en Vistalegre Abascal. Las más repetidas: las de ultraderechistas, fascistas o franquistas seguidas de otras como xenófobos, racistas, homófobos, machistas, retrógrados, centralistas madrileños, etc.
Pero el auge de VOX, no sólo ha beneficiado al partido y a la ciudadanía, sino también al propio PP. Lo hemos visto en sus “primarias” a la sucesión de Rajoy. Las bases del PP han hablado, y ante el continuismo del “sorayismo” heredero de Rajoy -con el mismo presupuesto ontológico que una gominola-, se han decido por un desconocido Casado, que ha encandilado a las bases del partido con un discurso por recuperar los valores que recuerda a Abascal. Y es que, tras la revolución conservadora de Trump y la fuerza que está adquiriendo VOX, ya no hay lugar para apelar a votar sin convicción, con las narices tapadas, sino que, desempolvar los valores fundacionales del PP y actuar en política conforme a ellos, es una cuestión de supervivencia. EL PP no se está regenerando ideológicamente motu proprio, no lo hizo ni cuando tenía el monopolio de la derecha en el liquidado bipartidismo. Lo hace ahora cuando “le crecen los enanos”. De hecho, parte de las propuestas estrellas de Casado son todo aquello que ni Aznar ni Rajoy hicieron, contando con mayorías absolutas, pero que Abascal lleva años remarcando.
Doy por bueno que Casado es sincero y no se ha sumado por moda a un discurso, hasta ayer denostado y perseguido, pero que hoy se está abriendo camino clamorosamente en América y en Europa. Lo doy por bueno por eso del beneficio de la duda, aunque a Abascal no tengo que dárselo por bueno sino por cierto, porque ha demostrado su integridad, año tras año, predicando en el desierto cuando a nadie le interesaba darle visibilidad a VOX, cuando lo que decía estaba absolutamente censurado por lo políticamente correcto. Porque esta revolución la hemos ido haciendo los ciudadanos, votando a políticos contracorriente en todo el mundo: a Viktor Orban, en Hungría; Sebastian Kurz, en Austria; Andrzej Duda, en Polonia; Salvini, en Italia; Bolsonaro, en Brasil; y, por supuesto, USA con Trump. Ahora toca el turno de España y Abascal.
Y que nadie se llame a engaño, VOX alcanzará representación parlamentaria. Viene para quedarse, y a la inversa que prometía el PSOE de Sánchez, que no se ha hecho con el poder para cambiar nada a más honrado ni ejemplar, VOX sí lo hará. Y esto es indiscutible, no es una declaración de intenciones o futuribles: es que ya ha empezado a hacerlo. Como decía un amigo mío “Uno triunfa cuando los demás empiezan a copiarte”. Este es el fin de este “monopolio” de la derecha. No porque haya alguien más que ofrezca lo mismo, sino porque por fin hay alguien que no se contenta sólo con parecer de derechas, sino que lo es por convicción y con orgullo, y está arrastrando a los que habían dejado de serlo a serlo de nuevo.
Y todos estos logros: el reivindicar los valores de la derecha, trayéndolos de nuevo al debate político; el transgredir la dictadura de lo políticamente correcto, liberándonos de complejos y autocensuras; y el servir de catalizador para la regeneración de la derecha, lo ha conseguido VOX sin haber contado con un sólo escaño. Imaginad todo lo que hará VOX desde el Parlamento de la Nación, si le damos una oportunidad.